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Las mariposas negras que envuelven tu amor.

Por Sol Casella.

 

Sí, soy puta: ahora quizás tu hombría se eleve, quizás tu arma se deshaga en el aire y de ella sólo sean expulsadas mariposas, porque tu amor es tan grande que necesito estar manchada de rojo o un morado violáceo para decir: ¡sí, me ama! Y sentir que esa mariposa llegó, y eligió quedarse en mí. Como tu melodía precoz, que ejerce presión en vos hasta salir, tan velozmente, que se siente como un escupitajo en mi rostro, se fusiona con mis lágrimas, mientras esbozo una leve mueca en el sueño, ese que tanto te gusta y me lo haces saber.

Deseo ponerme de pie, quizás así la batalla sea mejor,

pero tu hombría es tanta que tu mano, tan pura y suave,

toca mi corazón, lo toma, lo estruja fuerte y lo tira,

como quien tira un jazmín en primavera. No importa.

Insisto, quizás así tus mariposas dejen de ser negras y yo

deje de manchar mi vestido blanco, ese que te gustaba (ahora ya

no es tu favorito). Quizás y solo quizás, pueda tomar mi corazón,

revivirlo y dejarlo adentro, como estaba, vibrando. Quizás, mis lágrimas alguna vez se hagan eco y ahí, frente a tu amor, te desvanezcas, te caigas, toques ese suelo del que me hiciste parte, sólo ahí, soltarás tu arma, se esfumaran las mariposas, ya no me mancharé, ya no estrujaras mi corazón.

Sólo espero ser libre.

Por sus vidas pisoteadas, manchadas, golpeadas, degolladas, quemadas, insultadas, rebajadas, masacradas, desgarradas. Tiradas a la basura, como una cosa rota que ya no sirve para nada, los restos del predador, lo que sobro. Tiradas como si nada, como objetos de consumo que ya fueron consumidos. Agarrarlas, asustarlas, verlas rogar, desnudarlas, humillarlas, violarlas, después matarlas, meterlas en una bolsa, tirarlas a la montaña de restos de la ciudad. Sí, putas.

Hoy pasa algo, porque faltan ellas. Y en ellas, también yo.

Sólo sé que la gente me llama feminista porque expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo.

[felpudo: esterilla que suele ponerse a la entrada de las casas para limpiarse el calzado. Irónico, ¿no? ]

Fabio Quinteros

MOSAICO

 


Bultos que huyen,
noches que se amontonan.
Rencores que recorren odios sin atenuantes.
Asonantes y disonantes.

Leyendas de prebendas y relicarios
lauras y rufianes,
gilgueras y giles.

La luz mugrienta
entrevera los destinos esperados,
fusiona las sombras nerviosas
en la esquina de gatillos y diagonales,
donde no se detienen los milagros,
a esperar que algo pase.

Lenguaje mosaico,
dispuesto a vaciar la sangre.

Con la boca bien abierta,
viene la muerte en el aire.

 

Fotografía: Romina Frontera

En este otoño abrazamos la lucha de nuestros  pueblos. Sentidos y comunidades se gestan en nuestras manos. Reconocernos en el otro,  y rodearnos de encuentros y de recuerdos.
La unidad de nuestra América trae consigo un fantástico atardecer, un sol anaranjado que nos abraza y brinda fuerzas para seguir nuestra cultura.

Múltiples creencias, distintas Costumbres. Los mayas viven sus días en un “Tiempo Cíclico” y en Guatemala se habla una lengua que aún no conocemos.  Para ellos, el encuentro y el aprendizaje es sagrado. Por eso desde este medio no dudamos en que hay que mirar hacia ese horizonte, que el futuro y la vida está en lo que saben nuestros hermanos originarios de América Latina.

Nuestro Potrero americano, Nuestra América Caliente. Llenos de fe, alegría, sueños y memoria.
La izquierda del mundo está temblando de buena energía. No para demostrar grandeza, si no, para vivir con dignidad. Aquí nuestro motivo de lucha, aquí  nuestro motivo de informar.

Peguémosle de zurda al capitalismo y a la agobiante globalización con nuestras movilizaciones y un fuerte grito popular. Hagamos eco de nuestra historia.
¡Viva América! Quien sueña, canta, cree, construye, transforma, late, baila, vibra. VIVE.

Nosotros queremos vivir en esta naturaleza de aromas y colores. Esperar la primavera entre letras y plumones.

Por eso hoy nos encontramos en un mundo de comunicación, canal que nos permite interpretarnos, informarnos, demostrarnos y aunque el medio por excelencia del ser humano es el habla, nosotros elegimos vivir escribiendo. Informando, pero también, Intercambiando emociones, sensaciones y pensamientos.

 

ALMA, PLUMA Y PALABRA

Fotografía: Romina Frontera 

almap pluma y palabra
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(Negación del estado InNatural)

 

Pero aquel hombre se resistía, se negaba a permanecer en un mundo donde las formas sólo sirviesen para delimitar objetos y luego categorizarlos; donde todo se constituyera en una infinita enciclopedia llena de definiciones, de semejanzas, de diferencias…

No podía vivir en un mundo que se le entregase monocromático y amorfo, plano, extendido por sobre todo sin expresión alguna.

Soñaba, deseaba encontrar un lugar en el que las cosas tuviesen más profundidad que la simple superficie reflectante que cubría todas las cosas.

 

(Descubrimiento o creación del estado Natural)

 

Así fue que cierto día, un día como otros días, otro más en la inmensa sucesión de días y noches en la que estaba inmerso desde hacía ya tiempo… este hombre se cansó de vivir entre lógicos, razonables y completamente predecibles acontecimientos.

Tomó una rama y una pequeña roca afilada (de esas rocas que le servían para cortar alimentos, comerlos y reproducir constantemente la vida) y comenzó a rayar el inmaculado trozo de madera: ante la primer figura dibujada, comprendió que la rama ya no era más una rama, ésta había sido transformada, alejada del sinfín de ramas que se extendían a su alrededor. Él la había sometido, la había perturbado, pero al mismo tiempo la había rescatado, extraído de aquella monotonía que durante tanto tiempo la contuvo.

La nueva forma de la rama le demostró que ese mundo lineal, constante, podría ser algo más, que algo se escondía detrás de todas esas simples apariencias.

Miró a su alrededor prestando atención a esos cambios, a esas fugas de la continuidad que las cosas emprendían. Las flores naranjas que crecían al final de los finos y verdes tallos de aquellas plantas que se sujetaban a grises piedras parecían brillar; sus colores, intensificados por la cálida luz del atardecer lo conmovieron.

Había descubierto la belleza, había logrado contemplar y diferenciar ciertos pedazos de mundo que se escapaban de esa monotonía y que resurgían con nuevas formas y colores. Observó los movimientos de los otros seres, los vio únicos, también oyó por primera vez a las aves cantar: las melodías que atravesaban el aire podían ser más que simples sonidos.

Estaba extasiado, a partir de ese instante las clasificaciones y rótulos sólo serían rígidas costumbres. Comprendió que la solidez con la cual asumía al mundo podía y debía ablandarse, moldearse, modificarse.

También sabía que los días ya no serían simples días, que cada uno tendría sus aromas, sus formas, sus colores, sus sonidos particulares; que las estrellas brillarían desbordando del oscuro cielo nocturno; que el sol renovaría la vida, que brillaría y haría brillar.

 

A partir de aquél instante, el hombre se despidió de su antiguo mundo, de esa “única” realidad. Y fue recibido por un universo cambiante, inestable, pero con la capacidad de ser hermoso. Sublime ante todo su ser, capaz de sobresaltarlo y de apaciguarlo, de redimirlo y corromperlo, de satisfacerlo y de asustarlo. No podía romper con esa monotonía siempre con los mismos resultados, y precisamente eso era lo que más lo entusiasmaba, lo que lo incitaba a vivir toda esa intensidad que se oculta tras los extremos, alejada del centro plano y lineal al que ya estaba bien acostumbrado.

 

(Estado InNatural)

 

En el fin de todos los comienzos, se encontraba el hombre aquél. Sentíase angustiado, confuso. El mundo que había descubierto, y que seguiría descubriendo por siempre, le parecía extraño. Atribuirle un sentido definitivo, en ese momento, hubiese significado el suicidio. El menor intento de racionalización habría demostrado que, al fin y al cabo, los días eran días y las noches eran noches, que las raíces se incrustaban siempre hacia abajo, rodeando piedras y sosteniendo el suelo (creando montañas, torciendo ríos). Si ese hombre hubiese detenido su mirada en la realidad circundante, nada bello hubiera surgido de ese mundo plano, sin relieves; con montañas que sólo se elevaban y ríos que sólo fluían hacia mares.

Si se hubiera contentado con ese mundo, por la mañana los pájaros sólo habrían producido sonidos incomprensibles y, por las tardes, las nubes nunca habrían reflejado ningún rayo de sol.

Si aquel hombre se hubiese dispuesto a asimilar ese mundo tal y como se le presentaba, el hastío y el sinsentido lo habrían atrapado y mantenido encerrado por toda la eternidad.

EL COMIENZO DE LA HUMANIDAD

Texto e Imagen: Nicolas Edgar

Cuando me sumerjo, respiro

 

Por María Noel Herszkowicz, Profesora y entrenadora de natación

 

Una vez me preguntaron qué veía de agradable en sumergirme en aguas oscuras, amarronadas, congeladas a tal punto que se corta la respiración y el pecho se cierra.

Me preguntaron qué tenía de tentador nadar más de una hora en un río donde no hay más compañía que esa agua dulce, camalotes y alguna que otra rama que suele golpearte la cabeza o la cara.

Muchas veces me tildaron de "loca" por viajar 250 kilómetros o más, sólo para someterme a esa "tortura". 

La tortura de hacer algo que sale de lo común. Donde sólo hay un protagonista: el río. 

Ese río bravo que sólo con verlo impone ese respeto que eriza la piel, que acaricia el alma.

Este río no es cualquiera, es el Paraná, una maravilla que sólo unos pocos sabemos disfrutar.

Frente a esas preguntas yo sólo dibujo una sonrisa pícara en mi cara y digo: “deja...no lo vas a entender”.

Para mí, someterme a esa tortura, como lo llaman, es crecer un poco. Es sentir el poder de la naturaleza en mi piel.

Me sumerjo en esas aguas y paso a sentirme más parte del mundo. Ese mundo que olvido de a ratos al pasar mis días rodeada de cemento y altos edificios.

De ruidos y gente que habla y habla, sin decir mucho o diciendo nada.

 

Cuando me sumerjo, respiro.

 

Entro a ese mundo de paz y silencios, de emociones y reencuentros, porque me reencuentro conmigo misma, mi esencia, mi ser.

 

Es ahí cuando esa simple "maratón acuática" pasa a ser mucho más. Me enseña, me educa, me ama. Y yo amo ese río.

Es un desafío como tantos otros, y sólo depende de mí y de mi fuerza física, sobretodo mental.

El río se parece mucho a la vida. Es vida en sí mismo y dichosos somos los que aprendimos a disfrutar de él. 

Es maravilloso ese momento donde solo estamos él y yo, su agua y mi alma, su fuerza y mi fuerza.

Cuando me preguntan: “¿por qué lo haces?”, yo les respondo que, aunque sea por un rato, quiero ser parte de ese mundo natural y bello. 

 

Porque siento lo mismo que un pez de pecera que lo dejan nadar libre por un rato.

Cuando me sumerjo… Respiro.

 

Fotografía: Nicolas Edgar

Comiezno
Omar

AUTORES

 

 

 

Tengo un autor de mi historia y de mis cagadas. No es ajeno a mí y vive implantado como chip bajo la corteza de mi cráneo. Tal vez, depositado como gota, pero nunca fue depositado. Podría ser de diferentes matices, pero pretende concluir con el final de la humanidad, una vez más allá de los límites de la infinitud.

 

Hay muerte todavía.

 

Está permitiéndose ser en mí todo lo que podría ser de mí, modela incansablemente cuáles serán mis dichas, perplejidades, satisfacciones o dolores. Cuándo seré poco, cuándo seré mucho. Todo se adapta a lo que, como espejo, me determine.

 

Hay muerte todavía...

 

Pero si de motores se trata, el motor de la historia, las complejidades y la vida, es una enfermedad creciente autorizada en diferentes momentos y modos por la culpa, la razón de existir; por la falta insaciable de ser libre y feliz, a la que debemos abstenernos.

 

Ese autor, que creo habérmelo comido una vez, fue la píldora que todos nos tragamos con agua para curar una enfermedad inventada por otros enfermos inventados. Yo no me quiero curar, tengo la sed más horrible de poder, algún día, hacer lo que hoy y aquí verdaderamente SIENTO, fuera de mí, fuera de los autores de mi autor.

 

     Fernanda Cartolano

 

 

 

 

Autores
Mosaico

 

 

 

 

 

 

 

El narrador es un chico de once años de una familia acomodada de San Isidro. Es estudioso, deportista, un ejemplo a seguir. Pero en su casa siempre hubo una cierta tensión que él no pudo definir a causa de su hermano Ezequiel, trece años mayor que él, ese hijo ingrato al que se le dio todo y no supo aprovecharlo. Y para colmo de los colmos trajo deshonra y vergüenza a la familia.

No crean que el libro se maneja en éstos términos, porque es una lectura simple y ligera, no así el tema del libro en sí. Sólo estoy ironizando cosas que suelen pasar demasiado seguido. Debemos acostumbrarnos a no naturalizar las injusticias.

Debido al estado de Ezequiel y todo lo que eso implica (discriminación, intolerancia, ignorancia, miedo) y el temor de que pueda seguir por el mismo camino, al narrador le es prohibido relacionarse con su hermano, al que nunca le prestó mayor atención ya que no estaba muy presente en su vida. Tal vez sea por lo atractivo que resulta una prohibición o porque el chico sabe lo que va a suceder que decide acercarse a él pese a todo, redescubriendo a su hermano y a sí mismo una y otra vez.

El libro comienza con el final y por eso mismo yo lo leí lento, fijándome en los detalles, porque los detalles son todo en ésta historia. Una historia amplia como un océano que podría encararse por cualquier lado, pero que el autor Antonio Santa Ana decide arrimar a ella a partir de las cosas cotidianas, esas cosas chiquitas a las que no solemos prestarle mayor atención. Y es una forma muy efectiva.

Quizá lo único que me dejó disconforme sea el hecho de el protagonista (del que nunca sabemos el nombre) jamás se enfrenta directamente a sus padres, cosa que uno espera por la justicia poética y también por el lado psicológico: es sano y esperable que un chico haga una disrupción con sus progenitores. Lo cierto es que el chico pese a todo, los desobedece y eso es una rebeldía en sí misma, además de que hay un antecedente que terminó yéndose de la casa y siendo un secreto familiar vergonzoso, su propio hermano. Y así es también es como sucede en la vida misma, las cuentas no siempre se saldan.

No se puede decir nada más del libro sin destriparlo. No es un mazazo a la cabeza, es más bien una ola que va ocupando orilla hasta que te das cuenta que tenés los pies en el agua.

Es un libro corto, cortísimo. Lo leí en menos de dos horas pero me alcanzó para dejarme reflexionando toda una tarde. Y trata un tema estigmatizante de una manera tan sencilla, tan real que me terminé frente a la computadora, escribiendo sobre él...

Los Ojos del perro siberiano   .por Antonio Santa Ana.

Por Ariadna Correa,

Estudiante de Psicopedagogía, UNLZ

Notas de la sección:

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